miércoles, 27 de noviembre de 2013

Trabalenguas

Entre dos mitades lucho,
la que vive y la que sabe
que la que vive no sabe
de la vida poco o mucho.

Una se desvive por conocer.
Otra se desconoce por vivir.

Hasta desenterrarme

No quiero ser un muerto
oscurecido en la trinchera
cuando la guerra terminó
antes de mi alumbramiento.
No quiero contaminar
el mar de lo indecible
con imposibles palabras
que confundan a los peces.
No quiero entonar
la nostalgia de las edades
ni morir de inercia
buscando lo no vivido.

No quiero un caballo
sino galopar.

lunes, 9 de enero de 2012

Desde el principio

La realidad se me presenta
como una extraña cuyo rostro
recuerdo haber querido olvidar
desde la sangre derramada
por la primera herida infantil.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Entrañable

Tu sexo es una tradición de sueños realizados

cuyo único misterio es el tesoro del instinto.


Tu sexo es un silencio de orilla espumosa

cuya lengua nos cuenta el origen de la vida.


Tu sexo sin alma podría ser tu corazón;

tu sexo alado en sentimientos sin dudas

eres tú.


Tu sexo es un anhelo de tierra sedienta y libre

que presiente nubes con su ansia de tormenta.


Tu sexo es una honesta promesa insinuada

que jamás falta a su lasciva palabra de amor.


Tu sexo fluye saciando mi destino;

tu sexo palpita destinando mi sed.


Tu sexo es puerta principal de tus entrañas

y yo, muy despacio, llamo desde el umbral,

con el ritmo del tacto embargado en su deleite,

con el sabor empapado en húmeda invitación


a entrar e inundar tu interior con el mío.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Futuro

I
La tarde, como una vela que mengua,
se consume en trémulas horas sin fe.
Cuando la infinitud sueña eternidad
y la eternidad es pesadilla, nunca sé
dónde acaban los presagios del alma
y cuándo empieza uno a comprender
que no hay lugar que tenga mi nombre
ni tiempo que haya pensado en volver.

II
Remar por amor es una deriva vocacional:
la certeza de saberse perdido
y sentirse,
instintivamente,
vivo.


domingo, 6 de noviembre de 2011

Extracto de "Te escribiré" (III)

Estoy en la cama con ella. Estamos desnudos. Completamente desnudos. Entregados y seguros en nuestro quehacer. Todas las terminaciones nerviosas de nuestros respectivos cuerpos tienden a unirse en su frenética y excitada actividad, de modo que el cuerpo resultante, uno sólo, calcula sus movimientos para que el placer sea maximizado como los beneficios de una sociedad limitada. Se escuchan algunos ruidos extraños que proceden del pasillo. Los ignoro. Siento que estoy a punto de recibir varias lecciones de esta mujer. Sin duda, hay mujeres que conciben, interiorizan y viven el placer sexual de un modo que sabiamente combina el instinto más animal con la sensibilidad más propia del ser humano. Estas mujeres construyen momentos de intensidad semejante a esos recuerdos que resumen años y años de una satisfactoria historia de amor. Siento cómo me posee el cuerpo de un animal y el alma de una mujer. Pero las lecciones no llegan; he de conformarme con su intuición. Los ruidos del pasillo corresponden a alguien que está intentando forzar la puerta y, tras varios intentos, lo consigue. Entonces entra con la mirada inyectada en sangre, cargada de odio, gritando: "¡Es la última vez, ésta es la última vez, zorra!" Y yo salto de la cama como enloquecido, pues el tipo en cuestión, de porte considerable, empuña un cuchillo con su mano diestra. Pero él se detiene y clava sus ojos en mí, mutando en ese instante: el brillo de su mirada refleja desprecio, casi pena, pero ni un destello de odio. Eso me resulta tan extraño que mi gesto casi le interroga. Y como respuesta recibo un golpe tremendo en la cabeza que logra apagar todas las luces.

lunes, 24 de octubre de 2011

Extracto de "Reunión", cuento de Julio Cortazar


Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades y censuraba las publicaciones, y defendiendo por miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido.