viernes, 14 de octubre de 2011

Romeo

Romeo se enamoró demasiado joven de la soledad y sus causas perdidas. Solía derramar sus lágrimas con un afán desmesurado, acompañándolas de un quebrado gemir que prendía la pena a todos los rincones. Aun así, contra precipitado pronóstico, Romeo era feliz. Lo descubrió un día, tras multitud de disparatadas discusiones frente al espejo que acabó trizado en el contenedor de escombros que hay en todos los barrios. Aquel descarado espejo se atrevió a reprochar cruelmente que vivir soñando no era vivir. Y Romeo lo destrozó y lo bajó al contenedor, afanándose más que nunca en el ideal femenino que le mantenía con vida, esperando por el advenimiento de aquel amor soñado, a flote en una latente región de la existencia que él prefería y apreciaba al punto de llegar a descuartizar en su defensa el único espejo de la casa.

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