martes, 18 de octubre de 2011

Tristán

Tristán quiso abandonar su condición en un lapso de alegría que prometió demasiado. Pero su condición había vuelto para espetarle, feroz y cabalmente, la retahíla de hirientes sentimientos veraces que tan al fondo de su ser había encerrado tras escuchar, meses atrás, el consejo de alguien que hasta ese momento había sido simplemente una amiga, y que una madrugada le susurró como si hablara el mismísimo cielo, entre sábanas revueltas y exhaustas y empapadas, que vivir sufriendo no era vivir. La fina y suave lluvia de mayo, que se dejaba caer sobre los parajes sureños de la rocosa costa almeriense, cumplía eficientemente con su atávica función emocional: inesperada y breve, dejando siempre bien claro que no hay mucho más que aguardar, sino el impiadoso sol desértico que tatúa un sudor adhesivo que se acaba convirtiendo en segunda piel. Las manos en los bolsillos y la mirada en el próximo paso. Los nervios desencajados y la mandíbula firme y prieta. El cuerpo ligeramente húmedo y el alma encharcada por completo. El recuerdo embebido en el apocalíptico tronar de un grito que nació como susurro caído del cielo. "Me largo, me largo de veras". Después, un decidido portazo. Y entonces, Tristán caminando solo, mejor dicho, volviendo a caminar solo, bajo la lluvia, sin dirección.

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